Gabriel Magalháes

Con un título así, uno debe, de entrada, presentar su DNI espiritual. Porque habrá lectores que ya estarán rabiando, sólo ante este modo de titular. Mi infancia es la de un niño católico; mi juventud y primera madurez la de un hereje y apóstata elegantemente de izquierdas. Un día me decidí a leer los Evangelios “porque eran una obra de cultura general”. Y aquellas páginas me conquistaron. Dejé de ser un hereje religioso, para transformarme en un hereje de la contemporaneidad.

Ya me he confesado, padre lector. Y me gustaría comentarle ahora que la culpa de que haya crucifijos colgados en las casas o en las escuelas la tienen las paredes. Efectivamente: las paredes. Porque si uno mira con intensidad una pared sin nada, hay un momento en que nos asalta una desazón misteriosa. Como un hueco por dentro, que va creciendo. Así que lo mejor es colgar algo, si no queremos pasarlo fatal.

Esto ya lo sintieron los hombres de Altamira y pintaron bisontes. Colgar el póster del Barça de Guardiola también sería una solución. Y hay quien pone la foto de su boda. En tiempos tenebrosos de la historia peninsular, se colgaban calendarios publicitarios, con la foto de una chica jugosamente desnuda. Algo hay que poner. Si no, las paredes hacen mucho daño.

No sé si se han dado ustedes cuenta de que existen formas de arte que constituyen una lucha contra el poder de los muros vacíos. La pintura, el cine. Y una novela consiste en un combate entre las palabras del autor y la ceguera de la página, que también es una pared: una pared de papel. Imagínense ustedes lo que sería hojear un periódico cuyas páginas no tuvieran nada. Pues una pared vacía: lo mismo.

En las escuelas, las paredes se ven mucho. Son una de las escapatorias de los niños y de los jóvenes. Junto con las ventanas, permiten las necesarias fugas de la imaginación. Si no colgamos nada en ellas, yo preveo graves traumas, desequilibrios psíquicos. Porque la agresividad de una pared sin nada es mucho mayor que la de una pared con crucifijo. Mucho mayor.

Me gustaría que en Portugal se colocaran crucifijos. Pero no como un resto arqueológico de nuestra cultura (esta suele ser la justificación habitual de los creyentes), sino más bien como un riguroso homenaje a la modernidad. Porque todo nuestro mundo contemporáneo está secretamente abrazado al crucifijo. Todo lo que hemos pensado o sentido en los últimos doscientos años nace de ahí.

Ante la insuficiencia del opio religioso, Marx inventó la cocaína revolucionaria. A Freud, por otra parte, no debían de gustarle los confesionarios, quizás por lo de arrodillarse. Y la verdad es que inventó un nuevo confesionario, en el que uno se sienta o se tumba en un sofá. Se está más cómodo. Y en vez de los mandamientos, tenemos, para entretenernos, esos crucigramas interiores del psicoanálisis.

Marx, Freud, también Darwin y Nietzsche… Todos lo pasarían muy mal en un mundo sin crucifijos en las paredes. Se les iría la inspiración. En un mundo sin Dios, yo a Darwin lo veo poniendo una tienda de animales. A Freud quizás como jefe de personal en una gran empresa multinacional. Marx se implicaría mucho en Greenpeace, pilotando lanchas peligrosas que interceptarían barcos con residuos nucleares. Y Nietzsche interpretaría canciones durísimas en un grupo de heavy metal. Y ¿qué sería del cine de Buñuel sin curas ni monjas? La navaja de afeitar del director aragonés perdería parte de su filo. En un mundo sin Dios, mi compatriota Saramago sería como un pelotari sin frontón.

Dejemos, pues, los crucifijos en las paredes, para poder ser rigurosamente contemporáneos. En Portugal, cultivamos el arte de ser religiosos de una manera irreligiosa. Hubo un gran poeta del siglo XIX, Antero de Quental, que remató una célebre conferencia con esta frase: “El cristianismo fue la revolución del mundo antiguo: la revolución no es más que el cristianismo del mundo moderno”. Esto lo dijo en 1871, con una genialidad de profeta.

Y es verdad. Nuestro ateísmo, nuestro laicismo son apenas el negativo fotográfico de un crucifijo. El lado oculto de la luna religiosa. Hasta en los cuadros de Mondrian, si los miramos bien, existen crucifijos escondidos. Y creo que nuestros niños y jóvenes tienen derecho a una prueba en positivo del mundo en el que viven.

Le pido al lector que acepte la ironía de este creyente como se suele aceptar la de quien no cree. Y piense que todo lo grande que hemos hecho en Occidente, sobre todo en nuestra Península, se ha realizado con o contra un crucifijo. Con las paredes vacías, todavía no hemos logrado nada. Y quizás este sea nuestro problema en la actualidad: las paredes sin nada.

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *